Desde el jueves 2 de febrero del presente año, diversos focos de incendios forestales afectan a la zona centro sur del país, lo que motivó que el gobierno decretara estado de excepción de catástrofe para las regiones de Ñuble, Biobío y La Araucanía. Actualmente, se registran 260 incendios en todo el territorio nacional, de los cuales 51 están en combate.
La situación no es alentadora, pues la Dirección Meteorológica de Chile (DMC) señaló que las altas temperaturas de la región podrían no propiciar un escenario adecuado para combatir los incendios. Se estima que, hasta el momento, la superficie afectada es de 256 mil hectáreas, siendo superada por la superficie quemada del año 2017, donde la Corporación Nacional Forestal (CONAF) dio a conocer que 517 mil hectáreas fueron las afectadas en ese año.
Según el Departamento de Estudios, Extensión y publicaciones de la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, el efecto más notorio de los incendios forestales en la agricultura, son los cambios que pueden llegar a ocasionar en la dinámica de cultivo como el bosque, ya que muchas especies no alcanzan su etapa de madurez, causando disminución en la distribución espacial o incluso la extinción de la especie.
Por otro lado, el suelo después de un incendio es susceptible a sufrir de erosión, debido a lo expuesto que queda al viento y al agua, generando pérdida del material, problemas con la infiltración de agua, aumento de flujo superficial del agua e hidrofobicidad.
Así mismo, el agua también se ve afectada en distintos niveles, ya que cuando la vegetación se comienza a recuperar, se produce un aumento de su consumo, debido a las altas tasas de evapotranspiración.
Finalmente, los incendios pueden llegar a cambiar las estructuras orgánicas de la vegetación, afectando los servicios ecosistémicos, disminuyendo la tasa de descomposición de hojarasca, de nichos para invertebrados, la alteración del microclima, entre otros.